Edgar Valcárcel Arze, compositor y maestro

Profesor Emérito del Conservatorio Nacional de Música, Director del Conservatorio en dos períodos, uno de los más notables músicos que el Perú ha dado al mundo.




sábado, 13 de marzo de 2010

A EDGAR VALCÁRCEL ARZE, In memoriam - Carlos Alberto Saavedra

A EDGAR VALCÁRCEL ARZE, In memoriam



Quiero dar mi testimonio del Edgar Valcárcel que yo conocí y del cual tuve el privilegio de ser amigo, siendo yo una persona absolutamente lega en música.


Fue a inicios de 1973 cuando comencé a frecuentar el Conservatorio, entonces en su local de la Av. Emancipación, no precisamente por razones musicales sino en persecución de Nancy Pimentel -quien, como ustedes saben era y es muy escurridiza-, y pude trabar amistad con aquellos extraordinarios muchachos y muchachas setenteros, entre los que destacaban Aurelio Tello, Andrés Vizcarra y Jorge Bermúdez, quienes trataban con una mezcla de veneración y camaradería a un profesor que ya había comenzado a ganar fama como uno de los compositores más destacados de su generación, pero que no lucía como tal, porque era de lo más sencillo, jovial y bromista, aunque, según decían, terriblemente exigente y severo en clases. Algunos hasta lo imitaban en su forma de vestirse. Era, en realidad, un divo, y presumo que él lo sabía, aunque no le sacaba partido a esa condición de semidiós. Al menos, hasta ahora lo creo así, salvo mejor parecer.


Por alguna razón que nunca pude descifrar, se entabló entre nosotros una suerte de corriente de simpatía mutua que rompió la brecha generacional y pronto nos hicimos amigos y a hablarnos de tú y vos. De todo, menos de música, obviamente.


Fue testigo de mi matrimonio -con Nancy, desde luego- y padrino de nuestro hijo Carlos, y luego, a lo largo de los años alternamos visitas y conversaciones; pude tratar a su hermosa familia y a sus amistades más entrañables, y conocer muchos restaurantes y locales sociales puneños, donde lo trataban con real veneración, y saborear el delicioso pisco sour que él preparaba con extrema pulcritud, como si se tratara de una sonata para el paladar, a la que había que ponerle el toque de calidad en el momento preciso, con unas corcheas bien batiditas.


No he conocido a una persona que, desde las alturas de la gloria que alcanzan en mérito a su genio, fuera más sencilla y más generosa en el trato con los humildes; no he conocido a alguien que impulsara más a sus discípulos a superarse trasmitiéndoles sus conocimientos y que goce tanto con el éxito de sus alumnos. Era, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno, que lo único que quería era algo que en el Perú lamentablemente es un pecado: que se le reconozca esa bondad y que se reconozca en vida a los que hicieron algo por el país.


El hizo mucho por su entrañable Puno y por su patria, y debemos reconocerlo haciendo algo que no pudo concretar en vida: la sistematización y edición de su enorme obra y la creación de una fundación que lleve su nombre.


Expreso a su familia, a sus desconsolados amigos y a la comunidad del Conservatorio mis más sentidas condolencias y mi esperanza de que allí donde esté pueda escuchar sus hermosas composiciones para siempre.


Descansa en paz Edgar Valcárcel.


Beto Saavedra